Mostrando entradas con la etiqueta Hotel. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Hotel. Mostrar todas las entradas

domingo, 3 de junio de 2012

Hotel



Robaré los zapatos de todas las puertas del hotel esta noche.

La dirección nunca quiso saber nada, la dirección nunca se hizo responsable: quemaré bajo mi cama los zapatos de todas las puertas del hotel esta noche.

Hoy la madrina y su codiciosa gimnasia de la higiene conocerán el grito de los huéspedes:

El jíbaro monta el mecanismo en la muñeca de siete años de estatura con trenzas reprensibles desde el lomo. Disfrutaba del pubis lento de Janet Leigh, vistió su última falda y dejó de sentir el aire entre las piernas.

Aprieta con su mano el extremo de la bolsa de aceite con el pez de la tienda de mascotas.

El zapatero remata con tierra las costuras de mi hermano: oyó el temblor y me lanzó sus días.

Estoy quemando todos los zapatos en la habitación donde como de pie, busco el rastro de una bomba, construyo fuertes y le lavo el pelo a las muñecas.

La enfermera extiende la colcha amarilla bajo la que duermo con mi madre frente al payaso con el dedo en la boca y los ojos cerrados por un aspa.

La madre y su gimnasia de codiciosa higiene exhiben el glaucoma ante los médicos: el sudor del agua presionada como lo son las formas infantiles y congénitas.

La historia clínica y los síntomas deben ser sugerentes: qué tal diecinueve años de miopía seguidos de cincuenta y cuatro de ceguera tras una inmersión en la piscina y el miedo a las flores para los muertos.

El lector de periódicos, sólo periódicos -es sordo-, habita de noche sin salir del cuarto y se acuesta cuando el suelo se hace más frecuente.

Su boca rellena de versículo termina en el estómago expandible hasta dos veces el tamaño regular de un esqueleto: suficiente celulosa para tener razón y una cerveza.

El pájaro de agua le mastica la carne y vuela peligrosamente sobre el aceite de la sartén; planea entre burbujas de propano y grasa y pellizca con el pico las que se adhieren a la suela.

El lector fija los ojos en el ave y le devuelve el guiso con el puño: demasiada sal, demasiado calor o demasiado tarde.

Para jugar, en el pasillo basta una escalera.

Sólo caza mayor en este hotel.