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domingo, 4 de marzo de 2012

Joven caballero en un paisaje*


No os preocupéis de vuestra vida, por lo que habéis de comer (...)
Lc 12, 22

No comas.
Deben verse los huesos.
Consejo del coreógrafo George Balanchine a una bailarina


 El hombre que ha venido a salvarnos padece de anorexia.

Ha llamado a la puerta. Ha ofrecido la pose para la caja oscura: unos minutos de apoplejía sostenida por las invenciones de madera. Se evita el arbitrio de las vértebras.

La letanía ha nacido de la elegancia:
Deben verse los huesos.
Deben verse los huesos.

La armadura le huelga, le forma llagas de enfermo hospitalizado en las uniones. O de rey que asiste a misa desde la cama.

"Avanti!", soldado, como una bailarina: a pesar de la sangre entre los dedos. Hinca bien las rodillas en las oraciones y el estupro: tu admonición se lanza desde la nueva tapicería del tresillo.

Te colgarán según las leyes de la museología
en la cámara egregia de palacio.

Para ti están desollando a los visones:
morir desnudo siempre fue ridículo.


  

(*) Cuadro de Vittore Carpaccio


In Absent(i)a, 2011



domingo, 29 de enero de 2012

Santa Úrsula en el supermercado



En el supermercado venden niñas.
No más de cinco años, por favor.

Lo ha visto Santa Úrsula en un sueño
y otra vez
ha corrido a comprarlas.
Y a callar.

Las madres han vestido a sus hijas
con la consistencia del yogur.

La madre alza a su hija
a la altura del atún escabechado
y consigue encajarla en un estante.

Los reponedores empujan y deslizan
una caja en un hueco
tras exhibirla a ritmo de paseo sobre un carro,
amontonada
como muertos civiles.

La megafonía reverbera:
hay un único Dios.

La legionela busca
en el sistema de aguas
un entorno de amebas.

Silba una trinidad
en los conductos congelados del aire
que se expande:
son las piernas humanas de las ratas,
esbeltas y nupciales,
el hábito pontífice
y es lo mismo que sucedía tradicionalmente en el mercado
con delantales verdes,
los restos genitales de la fruta
y el trato familiar.

Las abuelas relamen el principio del hilo.
Santa Úrsula se tumba boca arriba
y elige debajo de las faldas.

Las mamás aleccionan
y contagian
entusiasmo
y sus niñas se estiran
porque han visto rivales de tres años,
gatear a los bebés
detrás de los cilindros de galletas.

(La única ventana toca el techo;
una intenta escapar:
ve pies que chapotean
tras la cinta amarilla de los charcos).

Las cajeras murieron hace años.
Se arrancaron la vista con placer.
Ahora sonríen:
no hay lencería infantil ensangrentada.


Hordas, 2011